Volver a España fue como meterme
en un bloque de hielo (y no lo digo sólo por los 40º C de diferencia que sin
duda han sido un cambio fuerte).
La naturaleza es sabia,
probablemente por eso en un intento de darle progresión a los cambios y no
toparse con todo de golpe, mi cuerpo congeló al bajarme del avión la mayor
parte de mis emociones y pensamientos. Poco a poco, con el paso de los días, me
he acostumbrado a la temperatura y mi mente ha aceptado la realidad…hemos
salido del bloque de hielo.
No ha sido nada fácil. La
verdad, a una le cuesta entender por qué tarda en ubicarse en el sitio donde ha
estado toda su vida. Cuando te acuerdas de tu casa, tus amigos, tu familia, tu
ciudad, a tantísimos kilómetros, lo
bueno se magnifica, te imaginas que todo sigue más o menos igual (eso es lo que
todos te dicen), pero no es así. La realidad es la realidad, el tiempo pasa y
la vida no espera por nadie, cuando llegas muchas cosas han cambiado, los que
se han quedado aquí tienen su propio ritmo, sus quehaceres, sus hábitos… y es
lógico, aunque eso te obliga a enfrentarte sólo a un montón de cosas que no te
esperabas. Lo bueno de esto es todo lo que aprendes, en sólo una semana puedes
llegar a reflexionar sobre millones de cosas diferentes y muchas de ellas
suponen un cambio real en tu vida, es como si cada gota de agua que se
descongelara fuera igual a un golpe de conciencia.
Yo ya sabía que este viaje me
iba a enseñar, al marcharme ya lo pensaba: otro país, otro continente, otra
escala de valores, otra gente, otra cultura, otras creencias, dos meses
cuidando de mi misma…estaba claro que era una oportunidad única de aprender.
Estando allí uno ya se da cuenta
de muchas cosas, se replantea sus prioridades, se pregunta el por qué de lo que
hace y de lo que no hace. Pero lo más fuerte llega con el regreso, ya alguien
lo dijo: “No hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado, para darte
cuenta de cuánto has cambiado tú”. Y aunque no es cierto que aquí nada haya
cambiado, si lo es que por ser un lugar con el que estás más que familiarizado
y en el que tienes tu vida, te ayuda a reajustar el concepto que tienes de ti
mismo y de lo que te rodea.
Una de las cosas de las que me
he dado cuenta en este viaje es de la enorme capacidad de adaptación del ser
humano, basta con tener la intención para afrontar casi cualquier cambio que se
planteé, y cuantos más cambios acoges más sencillo te resulta. Esto tiene una
segunda parte que es aún más positiva si cabe, y es que he aprendido que los
cambios, que no son tan difíciles, empiezan en uno mismo y que si yo cambio
algo de mí, ya estoy cambiando algo del lugar en el que estoy, si es para bien
o es para mal sólo depende de mí.
El segundo aprendizaje, y
probablemente el más importante hasta el momento para mí, es entender que se
puede ayudar siempre y se esté donde se esté. Es un regalo y una suerte poder
cruzar el océano para tomar contacto con la vida de otras personas, ayudar,
contribuir a su bienestar. Sin embargo es igual de maravilloso saber que a tu
alrededor tienes cientos de oportunidades más y que son igual de valiosas. Y de
verás es importante que nos demos cuenta de esto, basta con mirar a nuestro
lado para encontrar a alguien a quien darle algo de nosotros, un consejo,
compañía, cariño, unos apuntes, nuestras manos para alguna tarea, una idea…todo
vale, todo es bueno y la mayoría de las cosas no cuestan nada y enriquecen
mucho.
Y es que cuidarnos no es tan
fácil como parece, me siento bien por haberme hecho cargo de mi misma estos dos
últimos meses y estar aquí, entera y sana. Pero he echado mucho de menos tener
alrededor a esas personas que muchas veces creemos que ponen barreras a nuestra
independencia (física y afectiva) pero
que suponen un apoyo muy grande en nuestra vida.
Como moraleja del viaje usaría
algo que ya me dijo una profesora hace años: “¡En la vida hay que mojarse!”
Puedes pasar por miles de sitios como si nada o puedes decidir mojarte,
empaparte. No siempre es fácil, seguramente va a traer momentos de tristeza o
de dolor, despedidas, pérdidas, decepciones, vas a tener que echar de menos,
vas a volver a empezar mil veces, a aprender y a desaprender…pero si no pasas
eso tampoco vas a vivir las ilusiones, a sentir que entiendes y a sentirte
entendido, escuchado o querido, nunca vas a saber de reencuentros, ni de
proyectos cumplidos…¡hay que mojarse porque eso es vivir!