A veces hace falta irse lejos
para darse cuenta de las cosas que están cerca, a veces hace falta echar de menos
para saber lo que se tiene, a veces necesitamos que nos duela para entender y a
veces nos duele y no entendemos por qué.
¿Qué es la libertad? ¿Por qué
soy libre? ¿En qué soy libre? ¿Soy libre?
La visita a la prisión de Rio
Seco saco a flote, una vez más, estas y otras muchas preguntas. Me hubiera
gustado contaros la experiencia con los sentimientos a flor de piel, pero fue
algo tan intenso, tan fuerte, tan importante para mí, que preferí guardarme las
sensaciones, disfrutarlas y sufrirlas sola, dejar que hicieran su trabajo.
Cuando estoy triste, o preocupada, o tengo un conflicto, una decisión que
tomar, escribir suele ayudarme mucho a aclarar la mente, a liberarme, a
encontrar respuestas; por eso esta vez no lo he hecho con la intención de
alargar lo que sentí lo máximo posible y que no se me olvidara en mucho tiempo.
Casi una semana más tarde, más
templada, puedo y quiero contaros cómo fue. El lunes, más o menos a las diez y
media de la mañana y después de un largo proceso de identificación, de ponernos
tres sellos, cachearnos y revisar nuestras bolsas y mochilas, entramos en la cárcel.
En mi caso sin ninguna pretensión, sin esperar nada en particular de la
experiencia, dicho de manera informal “sin más”. A lo mejor porque no conocía
con exactitud qué iba a hacer allí, ni que me iba a encontrar o por pura
inconsciencia, o quiero pensar que por humanidad, llegué allí sin prejuicios,
sin miedo y muy tranquila.
Las actividades se realizaron en
un pabellón de la penal destinado a los chicos (es una cárcel masculina) de
entre 18 y 25 años que muestran buen comportamiento y que han cometido delitos
menores (No me preguntéis cuáles son los delitos menores porque no lo sé). El
día estaba dedicado al “Adulto Mayor”, por esta razón, cuando llegamos, nos
esperaban en el patio un grupo de ciento treinta hombres entre los que había
jóvenes y ancianos. Los primeros habían preparado una serie de actuaciones para
divertir y compartir con los segundos, y nosotros habíamos sido invitados con
el fin de preparar algunos juegos en los que ambos grupos pudieran cooperar y
relacionarse.
Del cómo salió la actividad
tengo felicitaciones y críticas, pero realmente no lo considero importante en
esta ocasión. Del cómo viví yo la experiencia a nivel totalmente personal es de
lo que me gustaría hablaros. Evidentemente,
en un primer momento ver rejas y tapias a tu alrededor, caminar por un pasillo
rodeado de celdas o encontrarte con un policía cada dos pasos impacta, pero el
tiempo corre y no habíamos pasado todos los controles del mundo mundial para
quedarnos de brazos cruzados, era una situación nueva y había que aprovechar.
Así que me senté entre los chicos al poco de llegar, y no mucho tiempo después
ellos comenzaron a hablarme, a hacerme preguntas sobre mí, mi estancia en
Piura, mi país, mi opinión sobre el Perú y otras tantas cosas. Tan interesante
y natural fue la conversación que prácticamente me olvidé de donde estaba, o
más bien de lo que se supone que se debe y no se debe hablar con personas que
están en su situación. Hablamos de todo, sin trapujos, sin ofensas, con respeto…fue
como conocer a cualquiera de mis amigos, como pasar un rato con cualquier
persona de mi edad: compartir inquietudes, miedos, sueños, preocupaciones, etc.
Cuando la mañana terminó me sentí muy muy triste, porque supe que, con toda
probabilidad, no iba a volver a ver a esas personas a las que había conocido,
nunca iba a poder salir con ellos a tomar café o a bailar, nunca íbamos a
escribirnos para contarnos un problema, y de golpe entendí la situación que vivían,
lo que puede que sientan. Y entendí que, cuando una persona pierde su libertad
está perdiendo mucho más que la posibilidad de salir a dar un paseo o al cine, está
perdiendo lo más importante del ser humano, la posibilidad de decidir, de
decidir dónde estar, con quién compartir su tiempo, a quién conocer, qué
lugares visitar…y de verdad que es durísimo imaginarse cómo una persona de 20,
22, 23 años puede vivir sin eso.
No por esto fue una experiencia
menos enriquecedora, de hecho fue una de las más hasta el momento; y tampoco
fue una vivencia desagradable, todo lo contrario, me reí, me sentí cerca de
ellos, me ayudó a reflexionar y a creer un poco más fuerte en la educación como
posible forma de evitar que haya personas que tengan que verse en esa situación
y disfruté de una preciosa mañana al Sol que seguramente no olvidaré.
Individualmente me he propuesto
algunos retos, pequeños, pero asequibles desde mi punto de vista. José es un
niño de 4 años que viene a “Manitos Trabajando”, aún no sabe leer ni escribir,
pero ya conoce la letra “A”, en realidad lleva tres semanas con la letra “A”. “Manitos
Trabajando” no es un colegio, así que es lógico que el ritmo de avance vaya en
función de la disponibilidad de las Misses que trabajan allí, el problema es
que José no va al colegio y por tanto es probable que tarde en aprender la
próxima letra. Sin embargo, con pasar un poquito de tiempo con él, me he dado
cuenta de su enorme capacidad de aprendizaje, y puesto que estoy aquí para
intentar dar algo de mí, me he propuesto ayudar a José a avanzar en el tema de
la lecto-escritura. Ojalá pueda ayudarle, para mí ya sería haber conseguido
mucho.
Hoy, sábado, hemos pasado el día
en la Tortuga. Hemos madrugado bastante para pasar allí toda la mañana
conociendo la zona con nuestra coordinadora, que vive enamorada del pueblito y
está encantada de enseñárnoslo todo. Ha sido un día diferente, tranquilo, en el
que he podido hacer un montón de fotos (que me encanta) y relajarme disfrutando
de unas playas increíbles.
Os dejo alguna foto y un montón de besos.
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