sábado, 26 de octubre de 2013

Viaje al interior.

A veces hace falta irse lejos para darse cuenta de las cosas que están cerca, a veces hace falta echar de menos para saber lo que se tiene, a veces necesitamos que nos duela para entender y a veces nos duele y no entendemos por qué.

¿Qué es la libertad? ¿Por qué soy libre? ¿En qué soy libre? ¿Soy libre?

La visita a la prisión de Rio Seco saco a flote, una vez más, estas y otras muchas preguntas. Me hubiera gustado contaros la experiencia con los sentimientos a flor de piel, pero fue algo tan intenso, tan fuerte, tan importante para mí, que preferí guardarme las sensaciones, disfrutarlas y sufrirlas sola, dejar que hicieran su trabajo. Cuando estoy triste, o preocupada, o tengo un conflicto, una decisión que tomar, escribir suele ayudarme mucho a aclarar la mente, a liberarme, a encontrar respuestas; por eso esta vez no lo he hecho con la intención de alargar lo que sentí lo máximo posible y que no se me olvidara en mucho tiempo.

Casi una semana más tarde, más templada, puedo y quiero contaros cómo fue. El lunes, más o menos a las diez y media de la mañana y después de un largo proceso de identificación, de ponernos tres sellos, cachearnos y revisar nuestras bolsas y mochilas, entramos en la cárcel. En mi caso sin ninguna pretensión, sin esperar nada en particular de la experiencia, dicho de manera informal “sin más”. A lo mejor porque no conocía con exactitud qué iba a hacer allí, ni que me iba a encontrar o por pura inconsciencia, o quiero pensar que por humanidad, llegué allí sin prejuicios, sin miedo y muy tranquila.

Las actividades se realizaron en un pabellón de la penal destinado a los chicos (es una cárcel masculina) de entre 18 y 25 años que muestran buen comportamiento y que han cometido delitos menores (No me preguntéis cuáles son los delitos menores porque no lo sé). El día estaba dedicado al “Adulto Mayor”, por esta razón, cuando llegamos, nos esperaban en el patio un grupo de ciento treinta hombres entre los que había jóvenes y ancianos. Los primeros habían preparado una serie de actuaciones para divertir y compartir con los segundos, y nosotros habíamos sido invitados con el fin de preparar algunos juegos en los que ambos grupos pudieran cooperar y relacionarse.

Del cómo salió la actividad tengo felicitaciones y críticas, pero realmente no lo considero importante en esta ocasión. Del cómo viví yo la experiencia a nivel totalmente personal es de lo que me gustaría hablaros.  Evidentemente, en un primer momento ver rejas y tapias a tu alrededor, caminar por un pasillo rodeado de celdas o encontrarte con un policía cada dos pasos impacta, pero el tiempo corre y no habíamos pasado todos los controles del mundo mundial para quedarnos de brazos cruzados, era una situación nueva y había que aprovechar. Así que me senté entre los chicos al poco de llegar, y no mucho tiempo después ellos comenzaron a hablarme, a hacerme preguntas sobre mí, mi estancia en Piura, mi país, mi opinión sobre el Perú y otras tantas cosas. Tan interesante y natural fue la conversación que prácticamente me olvidé de donde estaba, o más bien de lo que se supone que se debe y no se debe hablar con personas que están en su situación. Hablamos de todo, sin trapujos, sin ofensas, con respeto…fue como conocer a cualquiera de mis amigos, como pasar un rato con cualquier persona de mi edad: compartir inquietudes, miedos, sueños, preocupaciones, etc. Cuando la mañana terminó me sentí muy muy triste, porque supe que, con toda probabilidad, no iba a volver a ver a esas personas a las que había conocido, nunca iba a poder salir con ellos a tomar café o a bailar, nunca íbamos a escribirnos para contarnos un problema, y de golpe entendí la situación que vivían, lo que puede que sientan. Y entendí que, cuando una persona pierde su libertad está perdiendo mucho más que la posibilidad de salir a dar un paseo o al cine, está perdiendo lo más importante del ser humano, la posibilidad de decidir, de decidir dónde estar, con quién compartir su tiempo, a quién conocer, qué lugares visitar…y de verdad que es durísimo imaginarse cómo una persona de 20, 22, 23 años puede vivir sin eso.

No por esto fue una experiencia menos enriquecedora, de hecho fue una de las más hasta el momento; y tampoco fue una vivencia desagradable, todo lo contrario, me reí, me sentí cerca de ellos, me ayudó a reflexionar y a creer un poco más fuerte en la educación como posible forma de evitar que haya personas que tengan que verse en esa situación y disfruté de una preciosa mañana al Sol que seguramente no olvidaré.

Otra experiencia positiva de esta semana ha sido la formación con los monitores de las ludotecas que tan ocupada y nerviosa me tenía. Por cómo yo me sentí y por los comentarios de los compañeros, diría que salió muy bien. Creo que fue entretenida y que nos ayudó a extraer claves que pueden sernos útiles en el momento de trabajar con los niños. Aunque, para ser sincera hay algo que aún me preocupa. Noto que hay interés por parte de los monitores y monitoras (unos más y otros menos, como en todo), pero me queda la duda de si realmente ven la formación como algo aplicable o únicamente lo ven cómo una posibilidad pero prefieren mantenerse en la “comodidad” de hacerlo como lo han hecho siempre. Supongo que hay que darle tiempo al cambio.


Individualmente me he propuesto algunos retos, pequeños, pero asequibles desde mi punto de vista. José es un niño de 4 años que viene a “Manitos Trabajando”, aún no sabe leer ni escribir, pero ya conoce la letra “A”, en realidad lleva tres semanas con la letra “A”. “Manitos Trabajando” no es un colegio, así que es lógico que el ritmo de avance vaya en función de la disponibilidad de las Misses que trabajan allí, el problema es que José no va al colegio y por tanto es probable que tarde en aprender la próxima letra. Sin embargo, con pasar un poquito de tiempo con él, me he dado cuenta de su enorme capacidad de aprendizaje, y puesto que estoy aquí para intentar dar algo de mí, me he propuesto ayudar a José a avanzar en el tema de la lecto-escritura. Ojalá pueda ayudarle, para mí ya sería haber conseguido mucho.


Hoy, sábado, hemos pasado el día en la Tortuga. Hemos madrugado bastante para pasar allí toda la mañana conociendo la zona con nuestra coordinadora, que vive enamorada del pueblito y está encantada de enseñárnoslo todo. Ha sido un día diferente, tranquilo, en el que he podido hacer un montón de fotos (que me encanta) y relajarme disfrutando de unas playas increíbles. 

Os dejo alguna foto y un montón de besos.







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